Estoy nerviosa. Siempre la idea de viajar me produce esa sensación de mariposas en la panza, sobre todo por la incertidumbre de lo que sucederá a partir de Ahí. Viajar se transforma en una aventura, la única aventura que me permito vivir casi sin paracaídas.
Para alguien que viaja, tener que esperar es lo peor. Así que este 7 de Julio de 2007, me dediqué a esperar, pacientemente... hasta que desesperé. Ir al aeropuerto es lo peor que le puede ocurrir a un habitante riogalleguense... tanto desvío, tanta construcción, que un viaje que se hace en diez minutos, termina siendo una osada aventura de casi una hora.
Si, me llevaron al aeropuerto bastante tempranito, como dos horas antes, pero claro, me olvidé que están construyendo la famosa autovía. Una llamada nocturna hizo que me fueran a dejar y que no tuviera que buscar taxi para ir. Pero claro, esperar no estaba en mis planes, ni tanta vuelta ni aviones retrasados.
En el aeropuerto nos encontramos con una pareja de profes conocidos de mi escuela. Por fin alguién para pasar el momento, mucha charla, muchos recuerdos, mucha risa. Un cafecito en la confitería, miradas conocidas... muchos profes que van viajando.
A las 11.25 de la mañana llaman a embarcar. Ya saliamos con retraso!
Mi bolso pasa el control, no hay metal, no hay monedas, no hay nada... cuidé que todo fuera perfecto. Claro, pero esta persona distraida que soy yo ni cuenta se da de que van armando la fila para entrar al avión y me encuentro dando vueltas por la sala de embarque como si no tuviera otra cosa mejor que hacer. Por suerte mi compañera me ubica, me trae de un brazo y me pone en la fila. Y a subir al avión.
Hace rato que no viajaba en avión, menos en Argentina. Mis últimos viajes habían sido por Lan Chile y camino a casa de mi abuela. Así que estaba disfrutando este momento, como la mejor aventura vivida...
Arriba todo bien, asiento 26 A. De compañero un pequeño de apenas 8 años. El compañero perfecto... porque generalmente no me gusta conversar cuando viajo, menos cuando quiero disfrutar de los momentos.
Linda sensación esta de partir, de despegar. Mis mariposas se iban tranquilizando y mi alma volvia a estar en paz.
Claro, mi alma en paz... mi estómago... con hambre. Agredeció terriblemente el pequeño "snack" que nos dieron: sandwiches, pan, manteca, jugo y coca light.
Para beneplácito de mi vista: hay azafatos! y son bastante lindos... jejeje claro... fue raro verlos, pensando que siempre tuve la idea de azafatas mujeres (debe ser que hace años que no subía a un avión y me quedé en la historia de la aviación comercial). Mi compañero, muy raro... eligió tomar agua y te con leche. Ni gaseosas ni sandwich. Un niño bastante atìpico.
Viajar por la Patagonia, significa viajar con algunas turbulencias. Mirar por la ventanilla significa ver solo nubes. Siempre es así, es parte de nuestro paisaje cotidiano. Traté de distinguir paisajes, pero son 9000 metros de altura, al menos eso dijo el piloto del avión. Si, solo nubes y parecen algodón.
No se puede llevar encendido el celu y yo me olvidé... así que de repente siento que suena, indicándome que me mandan mensajito... y si.. la respuesta esperada, me van a esperar en Aeroparque. Me dejaron tranquila. Me puse feliz.
Ya voy yendo. Tranquilidad, aunque siguen las turbulencias y no nos dejan sacarnos el cinturón de seguridad.
Ay! tengo que llamar a casa o mandarle mensaje a Cristian, tiene que saber cómo llegué...
Si miro hacia afuera, parece que el día estuviera lindo, pero se que hay frío. Tampoco puedo ver mucho, me tocó justo en las alas del avión: ¿Eso era lo convenido? Ni tiempo a decir que no.
Los niños del avión se van intranquilizando a medida que pasan las horas: tocan todo, se levantan, piden ir al baño, tiran sus gaseosas, lloran. Los adultos se sacan fotos, se aburren, leen la cartilla del avión, releen por quinta vez la revista de la Aerolíneas, prenden y apagan las luces. Aburrimiento, no hay otra palabra para describir el viaje. Y pensar que son solo 2 horas 5o minutos de viaje.
Y siguen las turbulencias... el avión tiembla, pero no hay que preocuparse, porque pronto, todo vuelve a la normalidad.
Siento calor en la cara y un poco de dolor de cabeza. Sensaciones de vuelo...
El viaje terminó. Ya aterrizamos. Ya tenemos que bajar.
Reafirmé un problema que tengo: VERTIGO. Cuando iba por la rampa que me conduce del avión a la sala de recepción del equipaje, intenté mirar hacia arriba... la inestabilidad que me provocaba esa rampa fue enorme, me temblaron las piernas, se me aflojaron, la sensación de que la tierra me llamaba, sentir que me voy, que me caigo. Sensación de desemparo y de fragilidad ante la altura. Tenía que mantener en pie... porque si caía, las fuerzas no me iban a alcanzar. Miro por la ventana y me mareo. Mejor sigo caminando, que así voy bien. Vuelvo a acomodar por n-sima vez mi pelo, que se va, que se revela.... que no me deja ver.
Por suerte, tierra firme.
Por suerte, ya estoy en Buenos Aires.
Por suerte, ahí te distinguí amiga, estamos juntas otra vez.
(Extraído de mi diario de Viaje. Si... seguí escribiendo mientras estuve lejos)
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