La terminal de ómnibus de su ciudad estaba desierta, pero aun no era la hora. Era invierno patagónico. Sentada a la intemperie, esperaba comenzar el viaje que le cambiaría la vida. El frío se hacía notar y doblaba sus rodillas. Interiormente se sentía iluminada, el frío no menguaba el calor interno que su alma expiraba. Recorrería miles de kilómetros para encontrar a la que persona que tanto deseó.
Viajó con miedo, insegura, con la ingenuidad de quién va en busca de su primer amor. Entre pasajeros exaltados aprovechó el tiempo para pensar y a repasar cada palabra que le diría, cada respuesta que le daría. Hipotetizaba, si era mejor mostrarse de una forma o de otra, algo que la ayudara a sentir que la aceptarían un poco más. Pero no era necesario, el problema es que solía pensar más de lo prudente.
Imaginó rostros, palabras, gestos, sonrisas, hasta situaciones dramáticas. Toda situación era posible en su mente y toda respuesta posible era un seguro más en su viaje.
Su corazón actuaba sabiendo que lo que iba a venir sería más que importante. Sería su graduación en el amor.
El ómnibus fue recorriendo ciudades. Ella en cada estación iba enviando un mensaje. Quería acompañar desde la distancia, como tantas veces lo hizo desde su casa, pero el miedo burdo le hacía ocultar su preocupación y escribía alegría, tranquilidad.
Y así fue llegando, incrédula, temerosa, casi temblando. Entraba en la gran ciudad, la capital, Buenos Aires. Se sentía perdida. No reconocía lugares ni calles, era un mar de autos haciéndose camino a bocinazos, a topes, a gritos, a gestos insultantes. ¿Dónde se había metido?
Así y de a poco, fue llegando a la terminal. Inmenso monstruo de una gran ciudad que no era amable con ella y creería que con ningún visitante. Gente por donde quiera, sin rostros y totalmente anónimos para ella. Ella, un punto más en la inmensidad de esa ciudad.
Apenas el micro paró, pegó sus narices al vidrio tratando de encontrar el rostro que sólo una foto mostró. Pero no veía nada. Tanta gente y no estaba quién ella más deseaba.
Temor, miedo a ser olvidada, fue poco. Bajar y no saber qué hacer fue su mayor sentimiento y su mayor desilusión, porque no estaban esperándola.
Así y todo, tomó coraje y fue a la boletería. ¿Qué lugar sería el primero en el que debía buscar?. Ahí estuvo unos momentos... podría ser que a él se le ocurriera ir a buscarla a ese lugar. Un cambio de horarios y de andén, podrían haber ocasionado la confusión. Pero nada. La terminal de Retiro se convirtió de a poco en una inmensa aventura que debería continuar.
Buscó una segunda salida: conectarse a Internet. Un mensaje desesperado marchó a su dirección: ¿Dónde estás? Cuánta impotencia! Si no venís, yo me voy. Sabés dónde encontrarme. Ahí no podía esperar, simplemente pensar que él estaría en su casa y que podría abrir su casilla y ver que ella estaba allí. Salió de ese lugar y buscó un teléfono, era la otra alternativa. Llamaría a su casa, por las dudas... no vaya a ser que siga allí y ella esperando. Atiende una mujer grande, supuso que era la madre. Apenas habló, ella la reconoció y creo que hasta sintió su angustia. La tranquilizó y le contó todo lo que él estaría haciendo en ese momento para encontrarla. Una tranquilidad, el estaba en camino o estaba en la terminal buscándola. En su cabeza solo rondaba: el tren, la estación... y muchos nombres que no pudo retener.
Desde la altura de la boletería, ve como la gente viene y va. Ríos de gente que caminan sin parar. Y ella allí, sin poder gritar.
Su cerebro conectó un recuerdo: la imagen de la foto que él le había mandado. Extraordinariamente reconoció aquel perfil, tan particular y que tanto buscaba. No había dudas, era él el que subía las escaleras. Y gritó con desesperación su nombre, lo llamó, y su grito era una súplica pérdida en la inmensidad del lugar. Y él la escuchó, le sonrió, fue a su encuentro y la abrazó. Ella sonrió, lo abrazó y lloró, posando su descontrolado corazón en los hombros de aquel que sentía que era su amado.
Era la primera vez que se veían y sin embargo, era un aire familiar el que los rodeaba. Un sueño cumplido, que volvió a la realidad cuando la gente atropellándolos los corrió de las escaleras.
Poco a poco trataron de salir de ese lugar, buscaron más tranquilidad, un lugar donde poder charlar.
Tantos meses preparando aquel encuentro, tantas noches soñando este amor que tenían. Y se miraron a los ojos. se reconocieron, sonrieron y se hablaron, contándose todo lo que la tecnología no les permitía.
Instintivamente sus manos se juntaron, quedando unidas de aquí hasta el más allá. Tan suaves ella las sintió, que no podía dejar de acariciarlas. Tanta seguridad le proporcionaban que sentía tranquilidad en su compañía y la angustia se retiraba...
Pasaron unos minutos y la moza de la confitería va a su mesa y pregunta: ¿qué desean tomar? y al unísono responden: "café con leche... con más café que leche". Se rieron con complicidad, se encontraban nuevamente coincidiendo como si hubieran estado juntos toda una vida.
Ella miraba admirada la terminal, desde la tranquilidad de su asiento y él le contaba, le mostraba, le enseñaba cómo eran las cosas en ese lugar.
Pensó que aprender a manejarse en un lugar como este, no era para nada fácil; menos para una "despistada" como ella-
En su interior guardaba el secreto que jamás le contaría: que en su desesperación y pensando en el abandono, sacó pasaje para esa misma noche, con destino conocido, pero sin dar opción a esperar hasta la madrugada. Buscó asegurarse llegar. Si el llegaba y leía su mensaje, la buscaría o no. Era el riesgo que debía correr. Pero nada de eso fue necesario.
El pasaje no lo usó y lo terminó destruyendo, sin que él se enterara. Ese fue el primer y único engaño que ella cometió.
Como amigos de toda la vida, anónimos entre la gente caminaron al andén y hablaron, se rieron y se enamoraron. Ella comprobó que aquella persona que conoció a través de Internet, es que la amó a distancia, que le enseñó del amor y de cómo quererse a uno mismo; esa persona, no era un desconocido, era Él, el mismo de siempre.
Habían programado viajar esa misma noche. Ella debía hacer unos trámites y el la iba a acompañar. Así que en la misma estación iniciarían un viaje maravilloso, casi en secreto. Un viaje que no olvidarían jamás. Viajar juntos en ómnibus, era la primera oportunidad para acercarse por primera vez con palabras cariñosas, sonrisas, ternura, un beso suave, calor de encuentro, amarse de a poco, reconocerse en el otro. Era el inicio de una gran batalla, ausentes del mundo, sonrientes, delirando de amor. Se amaron, se besaron, se unieron delicadamente, discretamente. ¿Alguien se habrá dado cuenta de semejante amor?
Iban camino al destino planeado. Viajaban al encuentro de sus dos semanas de corazón. ¿Sería un comienzo con gran final o simplemente algo lindo para recordar?